Y cuando por la calle pasa la vida como un huracán, solamente nos queda... observar... y aprender a esquivar los manotazos del viento...

Belen!

Belen!

sábado, 25 de agosto de 2007

Un cuento, o una verdad? quizas los dos....

Así estoy yo sin ti…

Nunca me agrado despertarme a la mañana temprano, el hecho en sí mismo es tan desastroso y amargo como el café que bailotea en mi boca todos los días después de hacerlo.

Pasados los treinta, cuarenta y entrando a los cincuenta años la rutina se vuelve tan robótica que no necesito ni siquiera preocuparme por poner el reloj despertador, los ojos desesperanzados y vacíos, simplemente se abren.

Nunca sueño, no me lo permito, es demasiado doloroso.

A veces me siento en la punta de la cama, pensando (o por lo menos intentando hacerlo, ya que pensar es un lujo transitorio que no todos podemos darnos) y reflexionar si siempre fui así, si mi vida era tan vacía, si era o fue vida algún día.

Cuando quise hablarlo, en su momento, me silenciaron, estoy demasiado grande para pensar en trivialidades que no sean: trabajar y trabajar. Muy grande para no acumular riquezas, ganancias, para comprar, para poseer. Muy vieja para querer, muy vieja para soñar. Muy vieja para ser humana…

El amor solamente se emplea en la televisión me dijeron, no existe en la realidad, es una ficción para poder vender más entradas y merchandising que genere más ganancias, dinero; o en las canciones, (aparte de ser un despliegue bestial de falta de buen gusto) para marcar un sentimiento puramente sexual, de posesión.

Yo nunca me adueñé a nadie, ni lo hacía, ni lo planeaba hacer, me recuerda demasiado a la esclavización que estudiaba en la escuela, tan atroz. Mucho menos escuchar esa mentira de humanidad que vomitaban los medios.

Antes no era así, creo, o al menos, no lo recuerdo así…

Difícil tarea de levantarse, monótona, aburrida y grís pero igual de difícil y devastadora.

El diario de hoy no podía ser más cruel y devastador, pero no me destrozaba el alma como lo solía hacer antes, las noticias se fueron volviendo más violentas y la realidad el doble, y me conformé, perdí la esperanza y seguí adelante, existiendo sin vivir, caminando sin mirar. La que cambió fui yo, me curtí con el tiempo. Un maniquí, una estatua, expectante, latiente, fría… sin sentir absolutamente nada.

Hoy murieron 30 mil personas en Brasil, me grita el diario; cambio de página, mueren niños por las intensas heladas, que entre sus bloques de hielos sepultan sueños sin cumplir; cambio de página, la corrupción ha marcado índice record y los políticos corruptos buscan (paradójicamente) una solución (para como robar más parece ser); cambio de página, hoy todo el mundo esta preocupado y aterrorizado, aparentemente cambian el horario de una novela, una vedette ha perdido una zapatilla de oro y se pelearon por el la fecha con el cirujano plástico dos adolescentes de 12 años (las famosas actrices del momento), el titulo se denominaba “la sangre en la guerra de extensiones” (creería… porque todos los días era igual); cambio de página, Santiago sigue estando en el óptimo posible, todos obtienen sus salarios a tiempo, nadie pasa hambre, nadie muere (y sin embargo las calles gritan la miseria, el hambre, el sueño y la desolación), aparentemente morir es demasiado caro, por eso seguimos existiendo, más mentiras; cambio de páginas; más muerte; cambio de página; más desolación; cambio de página, hambre; cambio de página, la frivolidad se corona cada día más en el corazón de los ciudadanos; cambio de páginas y mientras lo hago mi corazón se endurece más el frío lo congela, y detiene su tic tac, los sentimientos se evaporan, y con ellos de ser humanos otra vez.

Gracias a Dios llego al final del papel, y empiezan los chistes más tristes del mundo; y finalmente entre el último sorbo de café y las últimas páginas del diario, se consagran los obituarios y el horóscopo ante mis ojos(siempre me pregunté si algún día apareceré ahí mientras tomo el café y me entere que terminó todo). En el diario, justo en las dos últimas hojas se conjugan el pasado, el presente y el futuro, los recuerdos, lo que somos y lo que esperamos que salga mañana, lo que seamos mañana.

Esta madrugada olía a algo inevitable, un suceso indeterminable, hasta que me di cuenta y era tarde, una lágrima cayó, luego otra, y una inundación decidió por fín acampar en mis ojos.

Lentamente me saco los lentes, acaricio mi vista abatida, y reviento la taza contra la pared. Mis manos ocultan mi cara, se niegan a moverse, tiesas me ocultan hasta de mi propio dolor, de mi propia tristeza, de mi abandono.

Se fue…

Se marchó, y yo no me despedí…

En que extraño monstruo me convertí, un monstruo sin corazón, un monstruo sin odio ni amor, un vacío, un pedazo de carne que ocupa lugar en el vacío.

Mi mejor amiga, tal vez con la única con la que pude hablar en mi vida se marchó, para no volver. Y yo no estuve para acompañarla…

Recuerdo nuestra última charla larga (antes hubiéramos podido hablar días seguidos) hace años como si hubiese sido hace unos minutos, justo en mi cocina, donde estaba sentada leyendo el diario. En ese momento estábamos haciendo un Lemon pie, y Eugenia me intentaba expandir sus secretos sobre la cocina, intentaba adentrar a esta cuadrúpeda a un mundo de ornallas, vainilla, limones, duraznos y merengue.

Siempre le dije lo mucho que la quería cuando hablábamos, pero esta miserable madurez, este acto de degradación de crecer, me alejó de mi querida amiga.

En ese tiempo eran vacaciones, y el año siguiente terminamos la facultad, se casó y nuestras vidas tomaron un rumbo diferente, nos saludábamos cordialmente al pasar, hasta sonreía a pesar de que no lo hago para nadie cuando la cruzaba. Años más tarde al crecer, ella aparecía como un abrir y cerrar de ojos en tribunales, siempre con su paso apurado se la veía entrar y salir, por más leve que sea el dialogo con ella me iluminaba el día con sus ocurrencias.

Nunca pude decir que era MI amiga, simplemente era “amiga”, no podía poseerla, ni ella a mí, porque nuestra amistad era tanta, que hacerlo era innecesario, además uno posee simplemente objetos, y no me animaría a decir de ella que era algo muerto sin vida. Nunca alguien me llenó de tanta vida.

Que deprimente usar la palabra era…

Fuimos amigas recién en el primer año de la facultad, a pesar de que éramos compañeras de secundaria. Nos fuimos acercando poco a poco, con el miedo de los infantes que aprenden a caminar. Con mi corto historial con la gente me limité a entender que son complicados y les gusta tener su espacio (además apreciaba y aprecio estar sola); Euge en cambio, vivía desconfiando del mundo entero, siempre la traicionaban, pero aún así siempre te regalaba una sonrisa, vivía huyendo de las presiones sociales de la amistad, de la responsabilidad que acarrea.

A mi poco me importaba la depresión de la ruptura con mis camaradas del colegio, pero un recreo nos encontró cruzando palabras sobre el futuro con un compañero, el obligado -¿Qué vas a hacer de tu vida?- que me preguntaban todos los días, -siempre quise estudiar abogacía-, respondía espontáneamente y conformaba a mi patético público que interrogaba obligatoriamente, después de todo la debilidad del ser humano es siempre la curiosidad.

Nunca creí que Eugenia se sentiría identificada con mi carrera, siempre fomentaba una vagancia atroz, me asombré terriblemente, y ella intrigada me pregunto: qué era, si cuál era la función del abogado, que significaba el serlo, donde iba a estudiar, todo lo que me puedo acordar, es que me decidí en explicarle levemente el porque de mi decisión, el que de un abogado, la necesariedad, las materias, la universidad, el costo que también vivía calculando ella. Que loca, ahora que lo pienso bien, que era ella, al decidir el futuro de su vida en un recreo.

Y así los años transcurrieron, pasaron amores y rupturas y las dos seguíamos estando, pasaron compañeros, pasaron sonrisas, y ahí estaba ella, pasaban golpes y lágrimas y ahí estaba yo. No entiendo porqué la distancia fue tanta, ni yo la volví a llamar, ni Eugenia a mí. Tanta lejanía en personas que se quieren es imperdonable.

El café en mi pared, se va esparciendo y secando lentamente, esas manchas, como las que deja un ser amado en el corazón, no salen, perduran más allá del tiempo y de las personas que pasen por ese lugar.

Me llama de vuelta el silencio de mi café, la comodidad de mi rutina, me gritan, desesperadas para que vuelva a su carril diario, a su trajín cotidiano que disipa penas y que cubre el corazón de polvo por la falta de uso.

¿Qué hago? ¿Me visto, me cambio rápidamente y me corro a despedir a mi amiga o me quedo aquí, cómoda, segura, lejos de los sentimientos sirviéndome café? ¿Qué hago? ¿La veo y me despido de mi compañera de lágrimas o me quedo comiéndome mi corazón y mis tristezas con el café humeante? ¿Qué hago? ¿Eugenia o el café? ¿Qué hago? ¿Ser humano o ser de metal? Tienta el placer de no sufrir más, de no sufrir el corazón abatido nunca más, de llorar por las noches, del humo del café disipando mis penas.

Sin embargo, la sangre me llama, el corazón me llama, mi hermana me llama… La amistad es más que el odio y la muerte, la amistad es la verdadera resurrección.

No hay otra respuesta, es ella, sin duda, es ella…

Mientras me visto presurosa, y ordeno todo para dar el último adiós a Eugenia, noto algo… el diario, lo dejé tirado y mientras espero el taxi, vuelvo a hojearlo pero con ojos… con verdaderos ojos… no pantallas instaladas en mis cavidades oculares, y magníficamente vuelvo a ser humana, y vuelvo a llorar por la fatalidad de mis hermanos, y ahora repentinamente la muerte me mata, la frialdad me asesina, la cobardía me asquea, la frivolidad y la estupidez enojan mi corazón, la soledad me destroza, las alegrías en verdad enardecen mi espíritu.

Y me di cuenta, puedo verlo ahora perfecto entre hoja y hoja, dedos sucios que marcan como mis hermanos sufren, no solo mis amigos, todos sufrimos y lloramos, solos perdidos en la noche rogando por encontrarnos, como Eugenia sin mí, esquivos, nos escondemos pero queremos que nos vean, que nos hallemos que ese día nos miremos a los ojos y nos veamos reflejados, con el mismo miedo a seguir viviendo en el olvido, necesitando ese día en el que nos preocupemos por el otro, por el amor que nos olvidamos en la gaveta de abajo que se encuentra perdida en el fondo del corazón resurja y no querramos volver a abandonarnos nunca más.

Eso me grita el diario que no quería escuchar, que estábamos desesperadamente solos y desesperanzados, que el café ya no es suficiente para vivir, que el trabajo ya no es excusa que hoy, un miércoles todo se acaba sin mi ayuda que la prisa no me domina, que no se ocupe de mi el desamparo, que cada cena sea la última cena, que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena.

Así el auto afuera desatando un ruido infernal me llama tan discretamente a apurar el paso y apurada obedezco. Y mientras me subo al taxi, mientras veo por primera vez el sol, y me dejo acariciar por su luz me digo, todo en un miércoles… un veintidós de agosto… un día no como cualquiera, es tan triste y dulce que hasta podría ser mi cumpleaños, y que ella esté esperándome simplemente para desearme las mejores alegrías del mundo. Y en cierta forma lo es, porque hoy volví a nacer como persona… desde hoy vivo.

Tan grande es la necesidad de un amigo.

María Belén Cianferoni Figueroa

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