Y cuando por la calle pasa la vida como un huracán, solamente nos queda... observar... y aprender a esquivar los manotazos del viento...

Belen!

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domingo, 4 de noviembre de 2007

Una opinión del hombre por su humilde servidora

El problema en el que caen una y otra vez filósofos, pensadores, politólogos y muchísimas personas más, desde Aristóteles hasta Adrián Marcel, es en el de clasificar, o al menos intentar hacerlo al hombre en su universalidad.

El hombre no fue, ni es, ni será o mucho menos espera ser universal.

El nace en su particularidad, siendo diferente y completamente dispuesto a mutar, a modificarse continuamente… pero ¿Por qué?

Porque es capaz de sentir, de amar, de odiar, de enloquecerse por hacerlo… Solamente para poder aprender de la experiencia de estas.

Sentimos porque está en nuestra naturaleza, aprendemos porque es producto directo de la misma, causa desencadenante de nuestra evolución.

Aprendemos para no dejar nuestra existencia inútil y sin sentido, para no olvidar.

Somos tan simples y volátiles, que nos negamos o queremos olvidar de la muerte, triste destino, solo un amargado destino, el de vivir intentando burlarla, haciéndonos acreedores de cualquier segundo.

Somos capaces de crear objetos dotados de una hermosura inimaginable, pensamientos paradisíacos, rogando que su magnificencia nos de la puerta de entrada a la inmortalidad.

Leonardo Da Vinci, Sócrates, Saint Exupery, son solo unos pocos, entre tantos que alcanzaron la prolongación de sus vidas gracias a esto, no murieron, viven gracias a sus ideas, a sus creaciones, inertes, conectados en el universo, pero jamás en el olvido.

El hombre pasa su vida añorando que se le perdone su fatalidad.

El objeto de tantos estudios, ese homo sapiens tieso, sin sueños ni esperanzas ni sentimientos no dista mucho de un maniquí, pero si de un ser humano.

Lo expresa Ortega Gasset: “Es el hombre y su circunstancia”, es imposible apreciar la naturaleza de éste en soledad, se relaciona no al nivel tripartito explicitado por Kant, sino junto al otro, pues es la circunstancia de Ortega y el tú de Buber.

Yo soy tu circunstancia y tú eres la mía. Sin tu vida, la mía no sería igual, y lo mismo sucede con las demás personas. Determino lo que está a mí alrededor, no la controlo, porque es imposible hacerlo, si no que lo marco.

Es decir que soy la circunstancia del otro, el otro es siempre y continuamente estimulado por el resto de las personas con las que interactúa toda su vida.

Citando a Maritain, el hombre no es solo un ser material sino dotado de inteligencia y voluntad, no existe de una manera física, sino que hay en el alma que es un espíritu y vale más que todo el universo material.

¿Será ese pensamiento lo eterno o el espíritu?, lo que tengo claro sin lugar a dudas es que es más importante que este bagaje que nos hacen cargar, este esqueleto, esta piel…

Como dijo Dolina:

“El hombre es una perpetua víspera. Es lo que es, pero también lo que todavía no es. Vive inclinado hacia el futuro. Vive deseando y es él mismo su deseo. El hombre se va a morir, pero tiene apetito de eternidad. El hombre es mortal y es esa tragedia la que lo hace libre, la que lo convierte en constante posibilidad. Posibilidad de caída o de salvación. El hombre se va a morir y por eso ama, y por eso escribe poemas. Y tal vez el poetizar no sea más que un juicio sobre el carácter mortal del hombre. La poesía revela nuestra condición fundamental y esa condición es trágica…”

En resumen y sin intentar caer en conceptos: El hombre respira gracias al otro, es marcado por el otro. Es un animal en alteridad capaz de sentir y de aprender de ellos.

Por MARÍA BELÉN CIANFERONI ------

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